Por Patricio Eleisegui
Científicos de la Universidad de La Plata constataron la presencia de agrotóxicos en otro río clave de la Mesopotamia. La cuenca desemboca en el último tramo del Paraná por lo que la carga de plaguicidas detectada culmina por acumularse en el sistema de humedales del delta. Detalles del combo venenoso y cómo la persistencia de estas moléculas rompe de forma casi irreversible los mecanismos de depuración en los ecosistemas.
La omnipresencia de los agrotóxicos en el ambiente es tan indiscutible como apabullante. Del glifosato al clorpirifos, de la atrazina al glufosinato de amonio, los plaguicidas lo abarrotan todo a partir de un modelo de Estado que alienta el agronegocio transgénico a través de controles inexistentes, la omisión del drama sanitario, la promoción de los “commodities” de exportación, la ausencia de estadísticas de uso de estos venenos y la negación de la ciencia local que, desde hace ya varias décadas, viene aportando pruebas contundentes de una contaminación prácticamente irreversible.
Precisamente desde ese ámbito brotó una nueva confirmación respecto de cuán extendido está el efecto nocivo de los millones de litros de moléculas tóxicas que, cada año, se aplican sobre todo en las áreas dominadas por la agricultura extensiva.
Un trabajo que lleva la firma de Tomás Mac Loughlin, Leticia Peluso y Damián Marino, expertos del Centro de Investigaciones del Medioambiente (CIM) -dependiente del CONICET y la Universidad Nacional de La Plata-, arrojó ahora que toda la cuenca del río Gualeguay, en la provincia de Entre Ríos, presenta altas concentraciones del cancerígeno glifosato tanto en el cuerpo de agua como en el lecho, como así también detectó la presencia de insecticidas piretroides como la deltametrina y concentraciones de herbicidas a base de atrazina mayores a otras ya comprobadas.
La cuenca del Gualeguay comprende un cuarto de todo el territorio entrerriano. Y el río desemboca en el delta del Paraná, por lo que los agrotóxicos detectados se trasladan y terminan por impactar, acumulación mediante, en los humedales que hoy sufren las llamas para beneplácito de la matriz extractivista.
Comparto un fragmento del documento científico en cuestión, publicado por la prestigiosa Science of The Total Environment: “Trece sitios dentro de la cuenca del bajo Gualeguay fueron muestreados una vez cada temporada (otoño, invierno, primavera y verano). (…) El plaguicida detectado con mayor frecuencia fue el glifosato, junto con su metabolito ácido (aminometil) fosfónico (AMPA), en el 82% y el 71% de las muestras de agua superficial y en el 97% y el 92% de los sedimentos del fondo, respectivamente; seguido de la atrazina en el 73% de las muestras de agua”.
“Las concentraciones de estos compuestos, cada uno en sus respectivas matrices, no presentaron suficientes diferencias estadísticamente significativas para diferenciar un cauce tributario del cauce principal”, se indicó en otro apartado. Dicho de otra forma, la carga de venenos constatada fue similar tanto en el Gualeguay como en sus afluentes.
El trabajo de Mac Loughlin, Peluso y Marino aporta, además, un dato que amplía las ideas en cuanto a cómo se comporta el glifosato una vez que resulta liberado en el ambiente: el herbicida es proclive, también, a transportarse largas distancias disuelto en el agua. O sea que no sólo es afín a los sedimentos del lecho, como afirma el grueso de la literatura científica predominante.
“Independientemente de la afinidad del glifosato por las partículas suspendidas y los sedimentos del fondo, en toda la cuenca la fracción soluble contribuyó en promedio al 80% de la concentración total en el agua superficial”, afirma el estudio.
Otro fragmento: “A pesar de no ser detectados con tanta frecuencia, ciertos insecticidas, en su mayoría deltametrina, también fueron detectados en concentraciones por encima de sus niveles guía de calidad del agua para la protección de la vida acuática, incluso en muestras del canal principal”.
El glifosato como contaminante que persiste
Hablé con Damián Marino, uno de los autores del trabajo y referente científico ineludible a la hora de abordar la expansión del modelo agrotóxico, sobre las conclusiones a las que arribó el equipo de investigadores y las consecuencias de lo constatado.
“En tanto el Gualeguay se distribuye mayormente por el centro de la provincia de Entre Ríos, atraviesa las zonas de la provincia que controla el agronegocio de la soja y la ganadería. La presencia que detectamos de plaguicidas como el glifosato responde a una acumulación derivada de muchas fuentes: la escorrentía de los campos fumigados, las derivas que originan las aplicaciones, el lavado de maquinarias y, también, los plaguicidas que caen a través de la lluvia”, detalló.
El experto destacó como otro resultado contundente la comprobación “de que el glifosato es un contaminante pseudo persistente también en el agua”. La molécula del herbicida ostenta un comportamiento acumulativo, “es decir, la cantidad de herbicida que llega al caudal del Gualeguay es tanta que el ambiente ya no puede degradarlo en su totalidad”.
“Este trabajo se alínea con otros que hicimos sobre la situación del agua de arroyos como, por ejemplo, el que está situado en inmediaciones a Urdinarrain, la localidad donde comprobamos la pseudo persistencia del glifosato en el suelo. Ese curso, en el que también detectamos una fuerte concentración del herbicida, drena hacia el Gualeguay. A lo largo de su camino, el río recibe agua con plaguicidas cuyo volumen de uso sigue aumentando año tras año”, dijo Marino.
Si bien la existencia de niveles guía de concentración de glifosato es escasa a nivel global, el especialista sostuvo que las cantidades detectadas se ubican muy por encima de los límites máximos fijados en Europa, la referencia más utilizada.
“Nos sobra evidencia para exigir, como mínimo, una regulación de uso. Ni hablar de la urgencia, también, de saber de manera oficial cuánto glifosato se está aplicando en la Argentina”, enfatizó Marino en otro tramo de nuestra conversación.
“Detectamos la presencia de plaguicidas en el 100 por ciento de las campañas de muestreo de calidad del agua que efectuamos para este trabajo. El análisis de los sedimentos del fondo de la cuenca también nos dio 100 por ciento de presencia de glifosato y AMPA, su metabolito. Las concentraciones más elevadas coinciden con las etapas de barbecho químico para la preparación del suelo y la primera etapa de la post siembra”, precisó el científico.
El veneno llega a los humedales
En simultáneo a este problema de contaminación grave que evidencia la cuenca del Gualeguay, Marino también se refirió a la afectación que sufren los humedales del delta a partir de este tránsito del glifosato a través del río entrerriano.
“Los plaguicidas, al igual que los antibióticos que detectamos en otros estudios, arriban al ecosistema de los humedales precisamente a través de ríos contaminados con plaguicidas como el Gualeguay. Este último, recordemos, descarga en el Paraná. Uno de los inconvenientes del impacto que sufren los humedales está en lo que no vemos: en cómo, por ejemplo, las plantas acuáticas son superadas en la capacidad de carga filtrante para este tipo de moléculas”, comentó el científico.
“Uno de los roles fundamentales del humedal consiste en filtrar el agua. El ecosistema funciona como un riñón que limpia de manera natural los contaminantes inorgánicos y orgánicos. Bueno, los humedales están recibiendo estas sustancias que, sumado a la degradación que vemos en estos días, ya no son capaces de purificar el agua. Esto significa que la calidad del caudal de la cuenca está en riesgo grave”, agregó.
Marino anticipó un devenir mucho más dramático si no hay un cambio radical en los esquemas de producción que predominan en aquellos territorios que, como en el caso de Entre Ríos, albergan cuencas hídricas extensas y humedales.
“La destrucción que sufren los humedales por efecto de los incendios y las modificaciones de suelo para el desarrollo de actividades contaminantes están muy cerca de afectar de forma irreversible las principales fuentes de agua”, concluyó.
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