
Antártida bajo presión: el turismo masivo y la actividad humana aceleran el deshielo y contaminan el último gran ecosistema virgen
El continente blanco, alguna vez sinónimo de aislamiento y pureza, hoy enfrenta un creciente deterioro por la presencia humana. Un nuevo estudio advierte sobre los efectos ambientales del turismo y las bases científicas.
27/08/2025

La Antártida, uno de los últimos refugios naturales del planeta, ya no es inmune al impacto de la actividad humana. El aumento explosivo del turismo y la expansión de las bases científicas están acelerando el deshielo, alterando los ecosistemas y dejando una huella contaminante cada vez más visible. Así lo revela una investigación internacional publicada en la revista Nature Sustainability, que expone con datos duros cómo el continente más remoto del planeta ya no está tan lejos del daño humano.
Contaminación en zonas "vírgenes"
Investigadores de Chile, Alemania y los Países Bajos recorrieron más de 2.000 kilómetros del territorio antártico durante cuatro años, tomando muestras y midiendo contaminantes en distintas zonas. Los resultados son preocupantes: en áreas donde hay actividad humana —principalmente bases científicas y sitios turísticos— se detectaron niveles de metales pesados como níquel, plomo y cobre 10 veces superiores a los de hace cuatro décadas.
Según los autores, esta contaminación proviene principalmente de la quema de combustibles fósiles en barcos, aviones, generadores diésel y vehículos terrestres que abastecen a los visitantes y las misiones científicas.
Turismo antártico en cifras récord
En la década de 1990, menos de 8.000 personas visitaban la Antártida por año. En la temporada 2023-2024, esa cifra se multiplicó más de 15 veces: 124.000 turistas llegaron al continente blanco, según datos de la Asociación Internacional de Operadores Turísticos de la Antártida (IAATO). Para 2034, las proyecciones más pesimistas estiman que podrían ser 450.000 personas al año.
Sólo en la actual temporada (2024-2025), más de 118.000 visitantes ya han recorrido la región, y unos 80.000 pisaron suelo antártico. En total, 55 operadores turísticos realizaron casi 570 viajes en una sola temporada.
Aunque la IAATO impone restricciones —como límites de desembarco, controles de bioseguridad y regulaciones para el avistaje de fauna— los expertos alertan que el simple hecho de estar allí ya genera impactos.
Un solo pasajero en un crucero promedio deja una huella de 5,44 toneladas de CO₂, y las pisadas humanas sobre la nieve, los musgos y líquenes antárticos —extremadamente frágiles— pueden tardar décadas en revertirse. También crece el riesgo de que se introduzcan especies invasoras y enfermedades.
El impacto oculto: hollín y deshielo
Uno de los hallazgos más alarmantes del estudio tiene que ver con el carbono negro, una forma de hollín que se libera al quemar diésel o fuel. Estas diminutas partículas se depositan sobre la nieve, oscureciéndola y reduciendo su capacidad de reflejar la radiación solar.
“El resultado es un deshielo más rápido, incluso en zonas donde la temperatura promedio sigue por debajo de cero”, explicó Raúl Cordero, investigador de la Universidad de Groninga y coautor del estudio. Según sus cálculos, cada turista contribuye al derretimiento de aproximadamente 100 toneladas de nieve.
Por sorprendente que suene, las bases científicas tienen un impacto ambiental todavía mayor. Una misión de investigación, con vehículos pesados y campamentos prolongados, puede contaminar 10 veces más que un turista promedio.
¿Qué se está haciendo (y qué no)?
El Tratado Antártico —que rige la cooperación internacional en el continente— prohíbe el uso de ciertos combustibles contaminantes, como el fuel pesado, y promueve la protección ambiental. Además, algunas compañías ya operan barcos híbridos eléctricos y se están adoptando nuevas tecnologías menos invasivas.
Pero los autores del estudio son claros: no alcanza con ajustes técnicos. La única forma de reducir el daño ambiental es una transición más acelerada hacia energías renovables, la limitación del turismo masivo y un replanteo serio sobre el tipo de presencia humana en la región.
¿Un continente sin humanos?
Aunque parezca extremo, varios investigadores plantean la necesidad de redefinir el acceso a la Antártida. No sólo por el turismo de lujo que pisa uno de los ecosistemas más sensibles del planeta, sino también por el modelo de ciencia extractiva, sostenida por infraestructura pesada, combustibles fósiles y presencia constante.
Porque aunque desde la cubierta de un barco todo parezca inalterado, la Antártida ya no es lo que era. Y si no se toman medidas urgentes, la huella humana podría dejar una marca imborrable en el único continente sin población permanente.


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