Formosa bajo las topadoras: desmonte, expulsión y resistencia en el monte chaqueño

08/07/2025La Política AmbientalLa Política Ambiental
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Mientras los satélites registran año tras año la desaparición acelerada de bosques nativos en el norte argentino, en el departamento Patiño, Formosa, la imagen es brutal y concreta: una topadora avanza sobre un quebracho centenario como si fuera un palillo de fósforo. Detrás, deja un rastro de tierra desnuda, seca y marrón. Adelante, el monte verde aún resiste.

Desde hace más de un mes, máquinas desmontan un polígono de más de 120 hectáreas en la localidad de Ibarreta. La escena, captada desde un dron por el canal TN, muestra un paisaje que se vuelve geométrico y deshabitado. Allí donde había biodiversidad, ahora hay silencio, ramas secas y raíces expuestas al sol. En pocos días, el terreno será quemado para limpiar y listo para su transformación: ganadería intensiva o soja.

El año pasado, Formosa perdió 36.915 hectáreas de bosque nativo: 15 mil por desmonte y otras 24.800 por incendios. Desde 1998, Argentina ya perdió más de 7 millones de hectáreas de monte, una superficie equivalente a toda la provincia formoseña.

Un “semáforo” que nunca frenó
En 2007, se sancionó en Argentina la Ley de Bosques Nativos, que establece categorías de conservación: rojo (intangible), amarillo (uso sostenible) y verde (apto para deforestación con autorización). El problema es que gran parte del territorio formoseño fue catalogado como “verde”, permitiendo así el avance de desmontes, incluso en territorios con comunidades indígenas y campesinas sin título de propiedad.

“No infiltra el agua, el suelo se saliniza, se seca, se vuelve infértil”, advierte Noemí Cruz, de Greenpeace.

Teófila y Mariela: las guardianas del monte
A dos horas del desmonte vive Teófila Palma, 59 años, jubilada docente y referente del Frente Nacional Campesino. Tiene una chacra de 150 hectáreas donde conviven cabras, gallinas y vacas bajo la sombra del monte que aún sobrevive. No posee título de propiedad: toda su vida trabajó esa tierra que legalmente no le pertenece. Su miedo es concreto: que un terrateniente aparezca un día con papeles y la expulse.

“Nos quieren correr como si fuéramos estorbo. Pero vivimos de esto y lo cuidamos. Somos los verdaderos guardianes del monte”, dice con lágrimas en los ojos.

A su lado, Mariela Soto, madre y campesina, cría cabras, vende quesos y sueña con ver a su nieto corriendo entre los árboles. También es “poseedora” de su tierra, pero sin papeles. La incertidumbre es total.

“A mí me pueden ofrecer un castillo, pero yo quiero mi choza. Mi campo es mi vida”, expresa con la voz quebrada.

Pueblos indígenas: identidad y monte
En el paraje Tierra Nueva, viven miembros de la comunidad Pilagá. Junto a pueblos Nivaclé, Wichí y Qom, enfrentan el desmonte que avanza sobre sus corredores verdes y su modo de vida. El agua escasea, la tierra se seca y los animales flacos levantan polvo en el calor.

Para Noolé Palomo, referente Pilagá, el monte es más que un espacio físico: es medicina, alimento y cultura.

“Cada árbol tiene vida. El monte es nuestra protección. El cambio climático lo produce el hombre con la topadora”, afirma mientras camina bajo los árboles que aún resisten.

Noolé fue candidata a constituyente provincial en junio. Su principal lucha es que no se elimine el artículo 79 de la Constitución de Formosa, que garantiza derechos indígenas. La reforma impulsada por el gobierno de Gildo Insfrán amenaza con borrar esa conquista.

Deforestación legal, pero sin justicia ambiental
La expansión del agronegocio se da en un contexto de legalidad permisiva pero injusticia social y ambiental. Las comunidades campesinas e indígenas, sin título de propiedad ni acceso al agua, conviven con un modelo que los excluye y los empuja al desarraigo.

Mientras tanto, la desertificación, la pérdida de biodiversidad y el aumento de las temperaturas ya son una realidad palpable en esta región. Pero también lo es la resistencia: la que ejercen las mujeres del monte, con su palabra, sus animales y su dignidad.

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