Política, Series y luchas por el agua

ACTUALIDAD 04/04/2023 Manuel Fontenla
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Escenas de lo real

    Un pueblito de la puna en medio de las montañas. Una empresa se adueña del agua. Tres jóvenes hacen explotar una represa. La policía local los persigue, agarra a uno y se lo lleva, horas después, tiran el cuerpo en un campo. Sus amigos y un ex cura, lo encuentran y lo llevan a las calles centrales del pequeño pueblo. Intentan salvarlo, pero no pueden. La madre grita y llora desconsolada. La policía mira indiferente. Las personas cierran sus ventanas y puertas. Los celulares filman. El hecho se descubre, la policía es filmada infraganti tirando el cuerpo muerto del chico de trece años. El video viaja por las redes a través de todo el país.

    Así comienza la segunda temporada de “El Reino”, la ficción argentina protagonizada por Diego Peretti, junto a Peter Lanzani, Nancy Dupla, Mercedes Morán y un renombrado elenco, que se estrenó hace unos días en la plataforma Netflix. La segunda escena nos ubica en un aula de la faculta de derecho de la UBA, el chino Darin, da una clase sobre la Caverna de Platón. Sin dudas, un mal recurso y una metáfora harto gastada y desactualizada para pensar cómo se construyen hoy, en el siglo por excelencia de la revolución de la imagen y la tecnología, los imaginarios hegemónicos. Darin, le dice a lxs estudiantes, que no se dejen engañar, que salgan a “la calle a mirar la realidad”, y no las imágenes falsas que se proyectan sobre la caverna. Si la cuestión fuese tan sencilla, Platón no habría pasado a la historia como un gran filósofo, la alegoría de la caverna sería un sin-sentido, no necesitaríamos docentes, y todos actuaríamos de acuerdo a eso “que pasa en la realidad”. Simplificaciones banales como estas, abundan en el imaginario popular.     

    No obstante, la pregunta sigue siendo fundamental. ¿Cómo nos relacionamos con la realidad? ¿Existe la realidad en la época de la posverdad? ¿Existen solo los relatos, los discursos e imagines que se proyectan sobre la realidad? ¿Se ha perdido toda facticidad? ¿Es posible mirar “lo que pasa allá afuera”? Y a través de todas estas preguntas, ¿Qué rol cumplen las series de ficción en la construcción de lo real? 

 

La sociedad sensible 

 

Durante años, se discutió en los ámbitos culturales, si era deseable, producir “imágenes del horror” o si había ciertas experiencias que se resistían a la representación. Se preguntaban, tanto teóricos como artistas, si produciría más conciencia mostrar, visualmente, los horrores de los campos de concentración, los horrores de la dictadura militar, hacer públicos testimonios de violaciones y torturas.  ¿Ayudaría esto a humanizar y sensibilizar a la sociedad? La respuesta histórica fue que sí, que era necesario, pero que debían ser acompañados, contextualizados con el correspondiente marco de referencias culturales. Ese horror, debía ser puesto en discurso que le diera un particular sentido político, ético e histórico. Uno ligado a la recuperación de la memoria de las víctimas, a la justicia y a la lucha por los derechos humanos. La asociación tan naturalizada que hoy en día tenemos entre “derechos humanos, memoria y democracia”, fue una construcción social, colectiva, política y educativa. No fue una simple combinación de conceptos, ni un devenir obvio, ni la invención de un presidente o un teórico, muy por el contrario, fue el producto de una experiencia histórica colectiva. Fue gracias a un horizonte ético, a un conjunto de relatos, experiencias, sensibilidades e historias, sobre la memoria y la política, que ese discurso pudo obtener sus efectos de verdad. Fue ese marco, el que permitió, que ese horror circulará por la sociedad de manera masiva, a través de todas nuestras instituciones, en todas las edades y sectores sociales, sin convertirse en objeto de un morbo repetible, sino de un juzgamiento histórico condesando en un poderosísimo imperativo colectivo: “Nunca más”. Para que el horror se transformara en Memoria, ese discurso sobre la realidad, tuvo que convertirse en un imaginario hegemónico. Eso significo, un imaginario de alianzas donde tuvo un rol fundamental la sociedad civil (las Abuelas y Madres de plaza de mayo), medios de comunicación y organizaciones internacionales que ayudaron a visibilizar cuando en la argentina todavía reinaba el silencio opresivo, y también, muy importante, el Estado y las figuras políticas de la época, que poco a poco fueron institucionalizando ese imaginario, a través de políticas sobre DD. HH. y memoria. Sin estas alianzas, sin estas articulaciones, no se habría podido constituir un imaginario hegemónico para procesar y atravesar, sensiblemente, los horrores vividos en aquellas épocas, y convertirlos en un discurso de Justicia y memoria. 

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El espectador insensible

 

Decir que, en las actuales democracias neoliberales, un aspecto constitutivo, es el gobierno de las emociones, es, a esta altura, una verdad de perogrullo. No obstante, calcular y comprender las implicancias de esa verdad, es todavía una tarea ardua, inmensa y por momentos desconcertante. Como señala el filósofo Diego Sztulwark en el libro La ofensiva de lo sensible, las técnicas de gestión de la sensibilidad constituyen una pieza central del dominio neoliberal. Y las redes sociales, los medios de comunicación y las plataformas tecnológicas, ocupan un lugar destacado en esa gestión. Por lo tanto, una serie de ficción, nunca es solo una serie, sea cual sea el tema, y mucho menos, cuando se mete en con las representaciones e imaginarios del presente. De esta premisa, podríamos abrir jugosos debates y análisis que pasarían por libros como Buen Entretenimiento de Byung-Chul Han (y tesis como: “el entretenimiento no tiene ningún acceso al conocimiento. Divierte sin ampliar el conocimiento. El arte agradable solo sirve para “entretener un momento”. No da nada que pensar); hasta las prolíficas obras de Deleuze y Guattari sobre micropolíticas, deseo, inconsciente, goce y capitalismo. Otra línea fundamental, nos invita a pensar, cómo el neoliberalismo, y sobre todo las redes sociales, nos insensibilizan a fuerza de repetición del horror. Una repetición tan mecánica, automática y veloz, que nos impide cualquier proceso de reflexión. Un deslizar el dedo por la pantalla, a través de gatitos, muertes, gatitos, recomendaciones astrológicas, tragedias “naturales”, terremotos, más muertes, mas gatitos, y etc. etc. (cambiando gatitos por autos, goles, modas, canciones, sea el algoritmo correspondiente). Para quienes se interesen por estas vías, abundan temas y autores.

 

Mi pregunta, sin embargo, va por el lado de los imaginarios hegemónicos. Una pregunta por los marcos de referencia, que puede tener el espectador que mira esa escena inicial de “El Reino”, que bien podría ser, tanto por contexto, como por locación geográfica y paisaje, un pueblo de Catamarca (desde donde escribo) o de Jujuy o Salta. Me pregunto por el imaginario desde el cual puede preguntarse por la realidad o ficción de esa situación donde un joven es asesinado por la policía, un joven que puede ser alguno de los indígenas realmente asesinados por luchar por su territorio, como pasa actualmente con los pueblos Qom, Atacameños, Kolla, Mapuche, Diaguita y tantos otros pueblos indígenas de nuestro país. 

Me pregunto, en un plano cotidiano y más sencillo, si el espectador, juzgará esa escena, ese hecho, esa situación donde hay protagonistas dispuestos a morir por el agua de su pueblo, como una ficción (algo opuesto por definición a la realidad), o como algo, dentro del campo de lo posible y real. 

Será que el espectador al ver esa situación, introducirá ese hecho en el orden de lo posible, bajo una formula del tipo: “si pasa en las series, y en la tele, también pasa en la vida real”. O exactamente lo contrario, y pensará: “Eso es irreal, es ficción, solo pasa en la serie, solo pasa en el mundo de las redes. No es real que, en nuestro país, en Jujuy o Catamarca o Rio Negro, la gente arriesgue su vida por el agua. No es real, que la policía puede matar impunemente. No es real, que una empresa pueda adueñarse del agua”. 

 

Consenso de época, consenso neoliberal

 

Si volvemos a la hipótesis del inicio, a la reflexión sobre las condiciones históricas que hicieron posible la articulación de horror y memoria, una posible respuesta nos indicaría, que la posibilidad de que la moneda caiga de un lado o del otro, no depende tanto de la sensibilidad de la persona en particular, como del imaginario social que gobierna sus emociones. Depende del contexto histórico-político, y cómo ese contexto puede o no, darle un marco, un efecto de verdad a la simple idea de “hoy la gente arriesga su vida en luchas por el agua”. 

Y esta pregunta, depende de cómo caractericemos las alianzas posibles para que un imaginario se vuelva hegemónico. Y justo aquí, radica el problema con las luchas territoriales y las luchas por el agua. A diferencia de los años 80 y 90, hoy, los organismos de derechos humanos, las asociaciones de la sociedad civil y los gobiernos democráticos (sean peronistas, macristas o radicales) han construido un consenso que avala, ignora, evita, invisibiliza y niega la violencia extractivista que ocurre en los territorios. Han construido un consenso, un marco de referencia, que imposibilita pensar las luchas por el agua, como reales, con todo el peso de la palabra. 

El horror de un joven muerto en la puna por defender el agua, no cuenta en la actualidad con un imaginario hegemónico, que transforme esa muerte en memoria, derechos humanos y justicia. El asesinato de Rafael Nahuel, joven mapuche, es el más claro y contundente ejemplo de ello. 

 

Utopías ficticias. 

 

Para finalizar, volvamos a la serie. El primer capítulo de la segunda temporada de “El Reino”, finaliza con una escena digna del mejor cine yanqui. Peter Lanzani, el ex cura que intentó salvar al joven asesinado, el que da un discurso humanitario y revolucionario contra la policía y los “dueños del agua”, el que vive en un motorhome alejado del pueblito, empieza a recibir ofrendas de los pobladores del lugar. Uno tras otro, llegan caminando, bajan de la montaña, agradecidos, los pobladores con sus ofrendas. Miles de ellos. La escena, es emotivo, conmovedora. El pueblo lo erige como gran salvador. Aquí, la ficción asume el mando de la narración y habrá que ver los capítulos siguientes para saber su destino. Pero en la realidad, en la historia, no existe esos salvadores. En la realidad, las estrategias políticas de defensa de un territorio, han mostrado sobradamente, que no permiten salvadores individuales. Las épocas del Che Guevara han quedo muy atrás, los Grabois, los Máximo, los Axel, los del Caño de esta época, se desarman tan rápido y fácil como los remolinos en el viento. En los pueblos saqueados, hay luto, hay hartazgo de tanta lucha y tanta muerte, y tantos falsos salvadores y tantos dueños del agua. En los territorios asediados por el extractivismo, la policía mata de manera impune, las empresas se adueñan del agua, los gobernadores niegan todo, y los videos, siguen pasando, scroll, gatitos y goles.  

Dr. Manuel Fontenla

Universidad Nacional de Catamarca -

Conicet C.E Intersticios de la Política y la Cultura.

Intervenciones Latinoamericanas. 

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