

Desde hace un tiempo largo, Jujuy se viene caracterizando por la falta de agua en diversas zonas de la provincia. Hoy mismo, pobladores de localidades como San Pedro o Fraile Pintado están por cumplir una semana sin el suministro de agua.
Sin embargo, este problema, anunciado hasta el hartazgo, lejos de ser una prioridad del gobierno, condenó a los vecinos a subsistir sin este elemento vital.
Pero como es costumbre, lejos de hacerse cargo y resolver el problema, el gobierno vuelve a apelar al relato, como si con declamaciones grandilocuentes solucionarían en problema gravísimo que tienen hoy muchísimos jujeños.
Hay una realidad incontrastable e imposible de ocultar con relato, la falta de obras, no existen las obras de infraestructura que solucionen el problema.
Es cierto que este es un problema de vieja data, pero también es cierto que este gobierno llegó al poder hace siete años, y entre sus banderas de campaña estaba la concreción de estas obras.
Son siete años de indolencia y de desprecio a los vecinos que hoy están sufriendo esta falta de agua.
El agua salubre y fácilmente accesible es importante para la salud pública, tanto si se utiliza para beber, para uso doméstico, para producir alimentos o para fines recreativos.
En 2010, la Asamblea General de las Naciones Unidas reconoció explícitamente el derecho humano al abastecimiento de agua y al saneamiento. Todas las personas tienen derecho a disponer de forma continuada de agua suficiente, salubre, físicamente accesible, asequible y de una calidad aceptable, para uso personal y doméstico.
El agua contaminada y el saneamiento deficiente están relacionados con la transmisión de enfermedades como el cólera, otras diarreas, la disentería, la hepatitis A, la fiebre tifoidea y la poliomielitis.
Si no hay servicios de agua y saneamiento, o si estos son insuficientes o están gestionados de forma inapropiada, la población estará expuesta a riesgos para su salud prevenibles.
El derecho al agua refleja una realidad innegable: sin agua, no hay vida. Si existe un derecho a la alimentación, también existe el derecho al agua. Para poner en práctica el derecho a la salud, el acceso al agua potable es tan necesario como el acceso a las medicinas.
Sin agua no hay salud. No hay educación. Puede alguna de estas relaciones no ser obvia, pero todas existen. La primera es quizás la más clara: la Organización Mundial de la Salud (OMS) calcula que por cada peso invertido en suministro de agua potable se ahorran entre 3 y 34 en sanidad.
La agricultura, energía, nutrición, mortalidad infantil tienen una estrecha relación con el agua. Sin ella no hay desarrollo ni salida a la pobreza.
El problema del saneamiento es doble: por un lado requiere de infraestructuras más complejas; por otro, las inversiones son menos visibles, cuando un político, por ejemplo, lleva agua potable a una población donde no la había, el reconocimiento es inmediato y el rédito, también. El saneamiento es una segunda etapa más complicada de implementar pero que tiene un gran impacto, ya que su ausencia contamina los acuíferos y también repercute en la salud de las comunidades.
Tenemos que concienciar que no se puede reducir la pobreza sin agua, porque es el centro del desarrollo. Sea un objetivo prioritario o no, resulta imprescindible cambiar el modelo con el cual nos relacionamos con el agua.
La mejora del abastecimiento de agua, del saneamiento y de la gestión de los recursos hídricos puede impulsar el crecimiento económico y contribuir en gran medida a la reducción de la pobreza.
La crisis del agua es un indicador más de las desigualdades sociales y políticas.
Los problemas derivados de la deficiente gestión hídrica: ambientales, sanitarios, económicos etc. implican en muchos casos a un alto porcentaje de la población en sus sectores más necesitados. La falta de infraestructuras de captación y sobre todo de distribución del agua, contribuyen a empeorar la situación pues encarecen el acceso agudizando el problema en los sectores más pobres, que en ocasiones deben pagar más de 20 veces el precio del agua que otras familias más pudientes.
La crisis del agua radica en la pobreza, la desigualdad y las relaciones poco equitativas de poder, así como en las políticas erradas de gestión que agravan la escasez. Y no se debe olvidar que el acceso al agua para la vida es una necesidad básica al mismo tiempo que un derecho humano fundamental.
El agua falta porque faltan obras.
El problema del agua no es sólo su disponibilidad, sino también su calidad. La Corte Suprema reconoció que ese recurso es "un bien público fundamental para la vida y la salud".
Fuente: jujuyalmomento
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