En este 8M 'El poder de los movimientos: de la presión al cambio social'

Vivimos en un mundo atravesado por desigualdades estructurales, ignoradas y olvidadas a lo largo de los tiempos. Pero el aumento de la conciencia social abre un camino de nuevas oportunidades en el que la adquisición de derechos viene acompañada de su apropiación. El encuentro entre las agendas medioambiental y feminista amplía estos derechos y habilita una nueva mirada más justa y equitativa.

ACTUALIDAD 08/03/2023 Ma. Noelia Romero Ma. Noelia Romero
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A través de la historia, las mujeres han intentado visibilizar las desigualdades a las que se enfrentaban debido a su género. Sin embargo, sus luchas comenzaron a tomar mayor impulso a fines del siglo XIX, cuando el aumento de los derechos de los varones promovió la discusión y la reflexión sobre el rol de las mujeres en la sociedad. Miles de años pasaron hasta que quienes ostentaban el poder comenzaron a otorgarles a las mujeres un atisbo de los derechos que ellos detentaron desde siempre. El siglo XX será recordado como un período de luchas, con avances pero también con retrocesos, ya que los derechos adquiridos se pueden perder. La participación política, su inclusión educativa y laboral y el acceso a la salud de las mujeres representan los principales bastiones de esta lucha en la búsqueda de autonomía para realizar y definir su proyecto de vida.

LA SINERGIA EN LA LUCHA

Entre 1960 y 1970, mientras se desplegaba la segunda ola del feminismo occidental (según otras autoras, es la tercera), se estaba gestando otro movimiento que comenzaría a ampliar la conciencia social en relación al medio ambiente. Inspirado principalmente en la obra de Rachel Carson, nacía el movimiento ecologista (también llamado “verde” o “ambientalista”). En su libro Primavera Silenciosa (1962), la bióloga advertía sobre los efectos perjudiciales de los pesticidas en el medio ambiente y responsabilizaba a la industria química por la contaminación.

El movimiento ecologista, que desde sus inicios promueve la educación ambiental, las políticas públicas conservacionistas y denuncia las iniciativas no responsables ecológicamente, no tardó en articular con el movimiento feminista. Así surgieron distintas vertientes que discutirían el rol de las mujeres en relación con la naturaleza, como el “ecofeminismo”, las “mujeres y medio ambiente” y el “género, medio ambiente y desarrollo sustentable”. Las teorías que analizan la relación de las mujeres con el ambiente y con los varones van desde un enfoque que las vincula con la naturaleza – en tanto cuidadoras y, por lo tanto, claves en la lucha contra la degradación ambiental– hasta otra mirada que se orienta hacia perspectivas políticas más sociales, derivadas del socialismo y el marxismo. Bajo estas perspectivas se analiza cómo la división por género del trabajo y de las tareas de cuidado no pagas tienen como efecto el acceso desigual de las mujeres a los recursos productivos y a la toma de decisiones.

Esta conjunción de movimientos feministas y ecologistas ha sido clave para visibilizar la importancia de sumar un enfoque de género interseccional a las problemáticas medioambientales, superando la mirada androcéntrica que ubicaba al “hombre” (varón) como medida de todas las cosas y como representación global de la humanidad. La manera en que el “hombre” interactúa con la naturaleza depende de su género, clase, etnia y, entre otros factores, de los patrones socioculturales de cada país. De lo contrario sería imposible explicar por qué las mujeres son las principales víctimas del cambio climático y quienes tienen menor acceso a la tierra.

Sin esta mirada, las mujeres seguirán relegadas a ser meras espectadoras de un cambio y una discusión a la que no han sido invitadas. En 2021 este cruce de lectura entre el/los feminismo/s y el movimiento ecologista sigue siendo crucial y relevante, no solo porque evidencia una amplitud de reclamos sin resolver, sino porque brinda una visión más abarcativa. Tanto el medio ambiente como las cuestiones de género se encuentran insertas en un sistema de relaciones de poder, sostenido y legitimado por un grupo de personas privilegiadas que acceden a múltiples recursos y que deciden no detenerse a considerar estas agendas, o que, si lo hacen, no logran comprenderlas.

Sin una mirada interdisciplinaria será imposible lograr estrategias y políticas públicas de medio ambiente con enfoque de género, que reconozcan a las mujeres como sujetos capaces de proponer mecanismos tendientes a la sustentabilidad y que, finalmente, logren su cometido. Mantener esta agenda superadora requiere compromiso y asumir la corresponsabilidad que tiene cada institución, pública y privada, y cada especialista o activista en promoverla y mantenerla vigente.

 

Fuente: Georgina Sticco Cofundadora y directora en Grow - Género y Trabajo – FARN Revista ‘Pulso Ambiental’ Ed. Nº16.

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